COLUMNA DE OPINIÓN N°4
Autor: VRAC|
Usemos el cerebro para aprender
Dr. Germán Campos Arteaga |
¿Por qué a nuestras y nuestros estudiantes les resulta tan difícil aprender contenidos que no les interesa? ¿Por qué no rinden bien cuando han trasnochado antes de un examen? Entender cómo la neurociencia responde a estas y otras preguntas podría beneficiar significativamente cómo enseñamos y aprendemos.
Uno de los descubrimientos más relevantes en el ámbito de la memoria es que necesitamos dormir para consolidar lo que hemos aprendido. Cuando alguien aprende algo nuevo, una primera memoria frágil es creada en una estructura conocida como hipocampo. Si lo que se está adquiriendo se experimenta como relevante, la información comenzará a ser transferida a la corteza cerebral, donde finalmente se estabilizará. Lo sorprendente de este proceso es que no ocurre al momento del aprendizaje, sino horas después, principalmente durante el sueño. La evidencia científica es clara: solo un cerebro descansado puede consolidar el conocimiento. Este punto nos debiese invitar, como docentes, a reflexionar sobre el valor que le asignamos al descanso en los procesos de aprendizaje que estamos guiando.
Un segundo desafío conecta la emoción con la memoria. Los estudios muestran que aprendemos mucho mejor aquello que nos emociona. Esto ocurre porque las estructuras cerebrales que procesan nuestras emociones – como la amígdala cerebral – le señalan al hipocampo qué información es importante conservar. Por este motivo, quienes enseñamos debemos necesariamente crear espacios que despierten un genuino interés y conmuevan a las y los estudiantes. Para esto, debemos motivar a quienes aprenden a no solo adquirir información, sino a relacionarla de manera significativa con sus propias vivencias, emociones e intereses.
Por último, la neurociencia está corroborando algo que siempre hemos sabido desde la experiencia. Cada vez que evocamos una memoria, ésta se fortalece. Si una o un estudiante evoca algo que aprendió en clases, este contenido volverá a un estado de fragilidad similar a cuando recién se estaba formando. Para persistir, esta información debe volver a estabilizarse en la corteza cerebral, fortaleciéndose cada vez que esto ocurre. Estos mecanismos biológicos debiesen ser considerados en la estructuración de las sesiones de aprendizaje, de tal manera que permitan la evocación constante de aquel contenido fundamental que debe ser aprendido.
Como podemos ver, integrar el conocimiento proveniente de la neurociencia de la memoria a nuestra práctica docente puede facilitar que nuestras y nuestros estudiantes desarrollen un aprendizaje mucho más profundo y duradero, permitiéndoles así alcanzar su máximo potencial.